Un lugar para comer
Comer es un placer. Pero si a este placer lo acompañamos de un bonito lugar donde hacerlo, este se convierte en mucho mas.
Es la erótica del comedor.
No es lo mismo comer en un burguer multinacional, de cualquier lugar y país, que en, pongamos por caso, el Ventorrillo del Chato en Cádiz. No sólo por la diferencia de calidad en las comidas –es abismal como podrán imaginar-, sino porque en una caso todo es un brillante y aséptico ejercicio de feísmo, y en el otro estamos ante una posada que tiene una historia de 400 años a sus espaldas y mucho que contar.
Siempre he creído que los placeres tienen su lugar y su oportunidad. Y comer, entendido como disfrutar, no podía ser una excepción.
Uno de mis entornos favoritos para comer siempre ha sido el tren. Es cierto que la calidad media de los productos de un tren no es la que se pueda esperar de un buen restaurante, pero se compensa con el escenario.
Los trenes son uno de los mejores medios de trasporte inventados por el hombre. Permite relajarse, sin tener que estar continuamente mirando por la ventanilla si descendemos o subimos, con el suave sonido de las vías y nos concede la oportunidad de conocer y charlar con nuestros compañeros de viaje.
Los nuevos trenes de alta velocidad han venido a dificultar estas relaciones humanas. Es verdad que se llega muy rápido, pero ¿para qué? Se pierde por una cosa fundamental con esa celeridad: el viaje en si que ya constituye una aventura. Y por supuesto no da tiempo a disfrutar de una buena, o aceptable, comida.
Recuerdo con nostalgia los vagones restaurantes de los expresos, ahora casi desaparecidos en España. Ahí se podía sentar uno a tomar un bocado, una comida o una cena. Y... como sabía esa cena. Repito que la calidad podía no ser excelente, pero se compensaba con el disfrute de una conversación con el pasajero de enfrente o simplemente contemplando el paisaje que pasaba ante nuestros ojos rápidamente.
El tren casi se ha perdido como lugar de encuentro y relax.
Mi ilusión, o una de ellas, que espero poder cumplir es hacer un viaje en el Orient Express, o al menos en el transcantabrico que para eso es de aquí. Ahí si que podré unir mis dos pasiones confesadas: viajar por viajar y disfrutar de la comida. Incluso la tercera podré hacerla si voy acompañado. Si se diera el caso, no duden que aquí se contará.
Me despido hasta el tres de enero. Ya contaré cómo ha sido la cena de Año viejo, aunque les doy una idea:
¿Por qué no acabar el año con una corvina a la roteña como plato fuerte? No requiere demasiado esfuerzo y es un pescado excelente que cumplirá los mejores criterios de paladar.
© Alfonso Merelo 2005
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